1 de noviembre de 2010

Donde acaba la tierra, y empieza el mar.



- y de repente me entran estas ganas, brillantes, claras y perceptibles - le decía, mientras observávamos la luz del sol esconderse entre las fachadas - estas ganas de hacer cosas preciosas con los demás, de enloquecer y vivir aventuras sencillas, como si cualquier vulgaridad de la vida fuera maravillosa... ¿sabes? -suspiro. me mira. una larga pausa - así es como debería estar ideado el ser humano... como si cada vez que notaramos el frío en la nariz, o cada vez que besáramos a alguien, cada vez que el chocolate se nos fundiera en la lengua pudiésemos ver el mundo lleno de colores, como un ligero síndrome de Stendhal viviendo en cada segundo de nuestra corta eternidad.

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